Monólogo: Ensayo de la Ansiedad, Gabriel Salinas Feat. Antagónica Furry

/ Gabriel Salinas






Ensayo de la ansiedad


(Una mujer postrada en un escritorio se levanta en un ambiente de penumbras, deja su computadora y habla)


Escribí estas líneas:
Toca la humildad. Tocarse el pecho con calma, tocar, sentir, sentirse respirar, sentir, estar vivo. Tocar la vida, frágil sensación, límite de la experiencia de todo lo que podemos asir, y aun así parece poco…



I.

Así empezó este proceso, con ésa constatación casi banal. Escribir estas palabras, era dejar un testimonio de lo poco que importaban, sentir la vida, era la cosa más abstracta que se podía decir de la vida. La vida es solo una palabra, y al mismo tiempo no lo es. Cuando deja de ser solo una palabra, se vuelve otra cosa, siempre otra, nunca la misma, hasta que hablar de su sensación, es decir que su experiencia, es igual a nada. No hay un sentido manifiesto en sentir la vida, más bien la propia sensación es una manifestación, y ahí se encuentra su sentido, en manifestarse. No hay una vida que no se manifieste en sí misma, así como no existe, una vida que deje de tener un sentido propio, que satisfaga las expectativas reales de lo que es la vida, acaso, simplemente una expresión de lo que es un organismo viviente. Por ello, cualquier otro sentido moral, es posterior e innecesario para calificar el sentido de la vida por sí mismo, la vida es vivir. En principio la vida no es ni buena, ni mala, ni bella, ni fea.



II.

En mi primer impulso, había operado un vaciamiento del sentido de la experiencia. Recurrir a la sensación irreal, de la imposible universalidad a que aspira inútilmente una simple palabra, es una aberrante pretensión de la sensibilidad de un escritor desesperado. El sentido de la vida, de estar vivo, rompe con todo, es una experiencia límite. Me había  resguardado en la cómoda complicidad del lenguaje, y pasé por alto precisamente eso, que es tan importante, el límite de lo real, la totalidad de la experiencia, que es al mismo tiempo, la puerta de ingreso a la fascinación por el contenido de la existencia. 

Obviamente mi error se debía a que yo me encontraba vacío, había perdido la capacidad de alejarme de mi mismo, seguramente, estaba demasiado cerca de perderme, y eso me acobardaba. Frente a este tipo sensaciones, es cuando aparecen los fantasmas morales, que se yerguen en la tradición de nuestra especie, y su capacidad de preguntarse por el sentido de sí misma. Lo que sea la vida, eso que no puede ser más que una manifestación propia, en los términos de la especie, se vuelve otra cosa. Ahí, hemos aprendido a pensar el sentido de la vida, como algo que se dirime en una compleja red de polaridades, cuyo origen aparece en la oposición entre la vida y la muerte. Desde ese punto espectral, que es el logos vital de nuestra memoria, se extienden complejas redes de significados, valores y clasificaciones metafísicas, donde la sutileza es la gracia definitiva, y algo como la cobardía se diferencia de la humildad, o mejor dicho, donde la cobardía es igual a una humildad negativa, y la humildad es igual a una cobardía positiva.  



III.

Por eso, ahora pienso que la inspiración existe monstruosamente cuando esta fuera de uno mismo, y cuando se halla en uno, parece nada, pero no es así. Nada es igual al vacio monstruoso de la carencia, nada es nada, es una referencia idéntica a sí misma, y se siente de un modo perfectamente singular. Siento nada y comprendo, que la inspiración no te encuentra, si no, que tú la encuentras y no deberías perderla. Y si eso sucede, hacer algo parece igual que hacer nada, básicamente, es como si el sentido de la voluntad se encontraría totalmente tergiversado. Es el dominio de la voluntad en abstracto, donde la materialización de nuestras acciones parece banal, donde el curso de nuestras elecciones pareciera dejar de existir, y donde hacerse de la vida, se convierte en una contemplación silenciosa y enceguecida por una luz, cuyo resplandor ilumina todo, menos nuestra mirada. Como si uno tratara de vivir sin tomar contacto con el mundo, igual a vivir sin hacer ruido y sin escucharse, o vivir sin tocar y sin sentirse. Ahí, la apatía de la inacción se torna asfixiante, cuando al respirar, no te sientes inspirado. Como si consumieras la vida, ese oxigeno del mundo que es la condición de la vida, sin darle importancia. 

Es entonces, cuando detenerse ruidosamente en una bocanada de aire, y experimentar sensiblemente como se expande el pecho, equivale a romper el ritmo automático de una vida que se vive sin propósito. Por eso, inspirarse es entusiasmarse, es apropiarse de una condición primaria de la vida, que es, romper el orden de un funcionamiento orgánico que no elegimos, pues vivimos sin elegir primero, que queremos vivir. La elección de vivir es posterior, y por ello, se puede elegir la muerte sin asumirlo. Vivir para la muerte es vivir sin la voluntad de reconocer que somos nuestras elecciones, y que no elegir es imposible. Por eso, el mayor valor de nuestras elecciones es su posibilidad de ser vividas, es traspasar el nivel del deseo, aunque esto no sea garantía de nada,  solo, que no somos más que nosotros mismos. 



IV.

Mi concepto de vida soy yo mismo, escribir sobre eso de forma particular es desesperado. Soy consciente de ello, apelare entonces al patetismo de mi propia imagen, una  mujer apostada en una silla negra, frente a una computadora, escribiendo sobre eso mismo que no es necesario escribir. Su presencia vacía de contenido,  ahí precisamente, en esa silla, frente a esa computadora, dirigiendo el vuelo de su mente, al único lugar del que vale la pena alejarse. Esa presencia ahí, que es evidente por sí misma, y que no representa nada particular, es solo una presencia, igual a todo lo que es presente, como un jarrón o una madre, que por sí misma no es nada, de hecho, deja de ser todo lo que fue en algún momento, la madre se convierte en una mujer, luego en una persona, y  así sucesivamente, hasta que solo queda un perfil que obstruye y refleja la luz que le es ajena, y deja ver el asomo de algo, una cosa, igual que el jarrón, que es solo una cosa posada ahí mismo en este instante, todo se vuelve ahí, una cosa , la cosa, es decir, todo lo que está fuera de uno, todo lo que no es yo, incluso, yo mismo.

Escribiré entonces, sobre esto que está pasando ahora, acá, conmigo, cuando dejo de ser yo, cuando me vuelvo una cosa. O mejor dicho, cuando la cosa me devora. No tengo nada más, solo el deseo de escribir, de dar sentido a esta experiencia, en estas palabras. Porque mi mismo no existe ya, eso de lo que quería hablar, de eso que estaba pasando conmigo, en ese instante efímero de vida, que paso y se quedo lejos, como al otro lado de un túnel del tiempo, donde una corriente de palabras me empujó lejos de todo.



Pero mejor escúchalo en la tierna voz 
de nuestra bellísima artista boliviana Antagónica Furry