/ Gabriel Salinas
Y de repente, deliciosamente,
las sensaciones se desvanecen apenas emergen del ambiente vació que rodea un
parlante electrónico, florecen como un ramillete de suspiros languidecientes combinados
con unos dulces carraspeos de guitarra boyante, cuyo resonar de profunda
estirpe mestiza, deja percibir notas sutiles a cueca, huayño y bailecito, nunca
mejor carraspeadas, con una ternura abisal, que deleita como una sustancia
tibia que explota delicadamente al paso de cada compás, dejando una especie de
beso enorme en el pecho, justo en el pulso preciso, casi haciendo sincopas,
pues el éxtasis adormecido de la tilde que cae con gracia y gusto,
precisamente, milimétricamente en lado más caprichoso de las frases musicales,
es un énfasis auténtico, único, en lo que respecta a una sonoridad
inequívocamente boliviana… así se presenta, en un tres por cuatro, el “Vals 2” del Dúo Gonzales Domínguez, en el
tercer volumen que recoge las producciones artísticas de esta singular
formación musical, que tiene como su base solida a la voz y la guitarra, cual
instrumentos que entablan un duelo dialéctico, armonía y melodía, lo esencial
en música, sin olvidar el ritmo que describimos antes con esas imágenes sobre
el pulso característico de la música de este país, de un entramado cultural tan
complejo, o abigarrado, como diría algún trasnochado ensayista zavaletiano;
pero qué culpa tiene Zavaleta, de que se haya convertido en un cliché, para
referirse a lo que podría llamarse el fenómeno del desarrollo desigual y
combinado que experimentó la población de lo que viene a ser el estado
plurinacional de Bolivia, y ¿qué tiene que ver esto con la música del Dúo
Gonzales Domínguez?, pues todo, ya que la identidad cultural que evocan sus
composiciones, no tienen nada de abigarrado, siendo sino una superación de
semejante estado de cosas, la sonoridad alcanzada por el duo boliviano, es tan
resuelta que discurre libremente en la dimensión de lo que musicalmente se
llaman “aires” de una forma musical determinada, es decir, una especia de
aproximación espectral que casi emula la forma, pero con una heterogeneidad en
sus rasgos, de tal dinámica que sólo son figuradas, con las figuras de humo de
un palo de sándalo que dibujara una estructura rígida, la forma musical en este
caso. No cabe duda que las composiciones son formalmente identificables,
cuecas, chuntunquis, vales, s(z)amba, cumbia o caluyo, son los géneros definidos,
pero, ahí está el chiste, “están” definidos desde sus contornos con apego a sus
estructuras características, pero envolviéndolas en ese haz humeante de incienso,
que es ese pulso tan mentado al hablar de esta música, como ya se dijo, inequívocamente
boliviana, y tanto así que puede fluir a otras formas vecinas como los valses y
s(z)ambas, sin dejar de ser esencialmente emanadas del corazón de este universo
que habitamos los herederos de este Collasuyo herido de Alto Perú.
Si me preguntan,
que diferencia la música de este dúo genial, estas serían mis palabras y aunque
mucho habría por decir, nuevamente, como sucedió con Orihuela, las palabras
parecen sobrar ya que el discurso musical es bastante suficiente.