Ensayo: Chala es ser chalita, sobre la canción de la Tocarra y el nuevo sentido de identidad que vive Sucre

/ Gabriel Salinas Padilla


Luna y Ceci ascendiendo libremente sobre Sucre


Primero es lo primero, eso es lo bueno, que sea así, lo bueno primero, como si ambas palabras pudieran ser equivalentes, cosa formalmente imposible, en tanto, esta dispuesto así, en las rígidas reglas de nuestro lenguaje concebido como tal, no obstante, cuando éste es consabido como tal, es otra historia, para funcionar en la realidad, deja de ser un pronombre para volverse un sustantivo, entonces las cosas cambian, lo rígido se vuelve flexible, lo causal se torna en casual, y las formas restrictivas se diluyen en formaciones atractivas, es así que en nuestros primeros enunciados, con sus denotaciones formalmente diferenciadas, separan lo “bueno” de lo “primero” de forma esquemática y tajante, en base a una estructura ideal, donde el principio de identidad es concebido por oposición a ser ciego a la forma de la diferencia, dejando una brecha acartonada, sin considerar que las palabras referidas, podrían juntarse hasta ser indiferenciables en el lenguaje hablado, donde por ejemplo, la expresión  “chala es chala”, no puede ser de otra manera, como decía Wittgenstein, imaginar un lenguaje es prefigurar un modo de vida, es así que éste enunciado inicial, sólo puede ser aprehendido  por un chuquisaqueño de cepa, y quizás alguno que otro homúnculo de mundos vecinos y pedigueños, que si bien, son pocos, sabemos que su deleite expresivo, sólo se sirve en nuestra mesa; porque así son las cosas, con las palabras y las personas, la cosa es muy personal, como es el caso de las jerigonzas a sangre corazón, que ahora nos convocan, y ante las cuales, repasaremos las reglas del juego, sin ser esencialistas, sino todo lo contrario, o sea, valga la redundancia, siendo más bien, totalmente antiescencialistas, si cabe el término; pues el ritmo y poesía de esta canción, refieren a una misma cosa, pero de distintas formas metafóricas y eufónicas, que moldean un argot, condicionado a una constante resemantización de significantes fijos y evolutivos, proyectados por las identidades en proceso genitivo, como si se tratara de espectros particulares a un estado de cosas, propias de sí… sin mayor parangón posible. Pero veamos, y escuchemos, a lo que nos estamos refiriendo con la canción “Chalita” de la Tocarra, nuestra querida y admirada Ceci, para los tecuas. Que exclama en su inicial e insistente “primer coro” “chalita de choclo, eres tú”, para proseguir con “Sica sica Churruquella, eres tú”, como una variación que da frescura al primer tramo del loop base, cabalmente matizado por un sintetizador Moog (o sucedáneo) que se asienta poco a poco, acomodándose plácidamente en toda la extensión de la canción a gusto perezoso,  luciendo una perfecta chispa complementaria en los agudos del compas, siempre sostenido por una armonía modal, organizada por esquemas rítmicos espontáneos e imprevisibles en formas de bucles, que dan la marcha a la secuencia progresiva dispuesta al pulso de los beats cuatro por cuatro, cuya función es cimentar el cuerpo de la canción; acaso, revelándose ¡floreados!, a causa de las movidas líneas del bajo, que se desplazan con feeling entre los intervalos de los acordes, mientras juegan hábilmente con tensiones complejas y apoyaduras casi percusivas, claro, en algunos pasajes más desarrollados rítmica, armónica y melódicamente, que en otros casos se aplana, según se va dando la música, siempre en base a un loop “base”, en cuyo entramado oscilante, se delinean las partes que interactúan entre sí, según sus funciones armónicas, llegando a alegorizar una especie de seguidillas preguntas y respuestas.


 

Mientras tanto, las palabras están avocadas al ritmo de la métrica que constituye cada verso, pero sin descuidar el aspecto significativo de esos significantes, ya que los referentes se centran intencionalmente en algo, esos aspectos literales que remiten a la identidad sucrense, como los cerros antes citados en el primer estribillo, cuya ostentosa presencia puebla el paisaje de los ángulos más característicos de la ciudad; pero también está el símil descolgado de la voz “K´arapanza”, esgrimido a continuación de la primera figura coral; o el guiño connotativo a modo de sinécdoque, que se produce al corear “Tantakatu tantakatu” , seguido de la metonimia “con diez pesitos”, ambas voces duplicadas oportunamente, para luego llegar a la aliteración “Cada loco con su tema”, donde resaltan los fonemas “ca” “da” “co” “co” “ma”, como preámbulo rítmico al verso central; ese  que reza una reafirmación sobre los lazos de hermandad de la cantante con sus escuchas, “reafirmando” que son “conscientes” “libres” “de” “mentes”, en alusión al imaginario colectivo sucrense anclado en: la revuelta del 25 de mayo de 1809, la fundación del “Instituto Nacional de Psiquiatría Gregorio Pacheco”, y la fauna intelectual universitaria, de la que todavía somos parte, de un modo u otro modo, y, en cuya vena, más izquierdosa, se llega a clamar por una “libre expresión”, líricamente interpretada como consigna política radical, en un momento culminante de la rola, donde el solista se posiciona a favor de todo lo que puede significar ser sucrense y boliviano, celebrando la libertad de expresarse, profiriendo una línea totalmente incoherente en cuanto al contexto narrativo, como es la frase “con harto queso”; es decir, planteando un desafío sin cuartel por la libre expresión, ya que el enunciado entrecomillado, hace las veces de varias figuras retoricas que van de la alegoría del absurdo a la sátira llana, para mostrar un radical ejercicio de la libertad, y que, tomados en conjunto forman una hipérbole, en tanto se están exagerando las posibilidades del “decir”, a un extremo casi grotesco, como el consentimiento de la gula, a partir de aquel clamor, convertido ahora en una rebuscada, pero perfectamente presente antífrasis , a saber “libre expresión” -  “con harto queso”; eso, sin quebrar el discurso general, el cual  se puede conseguir mantener en orden sucesivo por el epíteto “harto” para el sustantivo absurdo “queso” de la antífrasis señalada, como dos fichas de un rompecabezas, que cierra el morfema, resumido en el designio acaso trazable como “chala es ser sucrense”, porque, por ejemplo, algo tan objetivamente delicioso como: un “mondonguito” viene “yapadito” en tanto eres un “caserito”, según da cuenta la letra, aun identificable con ciertas figuras retoricas, pero en un ejercicio innecesario, ya que la predominancia de la sinécdoque es demasiado pesada y apabullante para ignorarla, dada su acertada eficacia para transmitir el morfema que hemos propuesto, a saber “chala es ser sucrense”, sintetizando esa consigna antojadiza desperdigada de la audición de “Chalita”, que a la vez luce una tautología exquisita, porque si nos apegamos a las líneas iniciales de este derrotero semiótico y retórico, tenemos que “Chala” hace las veces de un adjetivo típicamente chuquisaqueño, con el cual definimos a la vez, la adscribción a la jerigonza chuquisaqueña, es decir a su identidad, al tiempo que valoramos esa identificación en términos propios a esa “chuquisaqueñidad”, que expresa nada más que, un signo positivo, todo esta chala, quiere decir todo esta bien, ¿cómo te fue?... chalita, es una afirmación de que siempre asiente con gusto.


En resumen, simbólicamente hablando, quizás “Chalita” sea más representativa que el propio himno departamental, ya que revela algo muy interesante, que viene del lado de lo que no se plantea como referente, siguiendo las ideas de Ranciere, y su concepción de “repartición de lo sensible” como una perspectiva que activa las evocaciones políticas de una propuesta estética, de cara a lo que forma parte o no de la obra; en términos rudimentarios, este caso, nos abre un horizonte interesante para apreciar, respecto a lo no incluido en el ahora devenido ideologema “chala es ser sucrense”, que sintetizamos de la canción propuesta por la Tocarra, revelándonos una serie de antítesis en cuanto al repertorio de figuras identitariqs que flotan en el imaginario sucrense, por ejemplo la alusión al “tantakatu” como metonimia de Sucre, que expresan imágenes de la circulación económica fuertemente enraizada en la clase media, y “media” baja, de la ciudad que principalmente abarrota el comercio informal de la ropa de segunda mano, algo que es innegable a descargo de cuentas, por cualquier impulso etnográfico que se le podría ocurrir a un desentendido, para captar la dinámica cotidiana de los mayores estratos sociales sucrenses,  hablando en términos de un “esencialismo estratégico”, que nos permite avistar la superación de esa memoria rancia de la opulencia de los varones de la plata, y los principales gamonales vallunos, lo que es algo formidable, muy saludable, y totalmente evidente al sentido común, un estado de cosas al que por casi todo el siglo XX, se hacia la vista gorda en relación a la realidad de socioeconómica de Sucre, muy a costa de cargar con una memoria herida, y por lo tanto, patética, emoción que es contradicha, por la alegría resuelta de la armonía en acordes mayores empleados para inaugurar la pieza, estructura musical que se aleja por mucho de las formas tradicionales como la cueca y su garbo melancólico, de armazón rígido y consensuado en la introducción de variaciones, desplazadas por una soltura de beats sincopados y métricamente oscilantes sobre un punto fijo, al que todo vuelve de forma ondulante, mostrándonos nuevamente que las claves del ideologema suscrito en estas cavilaciones, se encuentran en ese juego heideggeriano consignado a la obra de arte, a saber, comprendido por una dinámica dialéctica de revelación y ocultamiento, entendiéndose, que al mostrarse a sí misma, la obra proyecta sensibilidades que se abren sin límite, y dejan atrás a las que ella misma produjo en su permanencia incesante; mientras al esconderse sobre sí misma, la obra reafirma las sensibilidades que encierra su presencia, repeliendo sensibilidades externas.


Es así, que “Chalita” no habla de apellidos, abolengos, o afrancesamientos raídos por el moho que producen los suspiros pudorosos de los conservadores, y por ello, esta pieza es más representativa, y toca fibras álgidas de nuestra realidad cotidiana, por ejemplo al enaltecer, el calificativo kárapanzas, que incluso puede resultar vulgar para algunos, pero a la vez expresa, que el sentido de pertenencia mayoritario de esta ciudad es de las clases medias y “medias” bajas de Sucre que adoptan este símbolo atávico, arrebtado a los "hegemons" del pasado, ya que esta no es una ciudad de riquezas económicas, pero si de grandes valores, culturales, sociales, e históricos.


Estos últimos enaltecidos en la canción, con la consigna radical por la libre expresión, que comprende un posicionamiento ideológico hacia la tolerancia, la valorización de la diversidad, la mentada equidad, en tanto se respete lo que uno expresa en un momento del tiempo y espacio específicos, sin más que eso mismo, y admitirnos así como somos en verdad en ese acto, es por fin aterrizar en el campo de la equidad, pues demuestra que todos somos iguales y tenemos derecho a ser escuchados en todas nuestras demandas, lo que es muy político, y cuestiona muchas mojigaterías que sostienen discursos de odio y violencia institucionalizada, de las que, quienes sabemos, nos reímos en las reuniones sociales.


Si quieres escuchar la canción de la hermosa Ceci, la "Tocarra", lo puedes hacer por aquí:

https://www.youtube.com/watch?v=xZEUJs-c270