Crónica: El reencuentro en el silencio II (el interludio subjetivo)

Gabriel Salinas 


Página en blanco, tú, faz pálida e infértil como una roca, ten piedad, indolente y lisa como el mármol, sabemos que no eres tonta, pero es difícil encontrar donde asirse de ti, en el desierto de tu superficie infinita, al derecho, y finita al revés, hecha de bits digitales irreales, que permiten desplegar, letra a letra, palabras y más palabras, sin reparos hasta la eternidad, pero alto!..., eso no está funcionando en estos tiempos…, donde todas estas páginas, sus palabras, y letras o, ruedan y ruedan por todo lado, hablando de lo mismo: esta situación fanáticamente incierta, como lo es tercamente, cualquier cosa de la que no exista certeza alguna, cual si habláramos del futuro de nuestro sistema solar a millones de años luz, pero ¡Alto!, ahí mismo está la diferencia, nuestra situación no se proyecta hacia lo inconmensurable, sino precisamente a lo contrario, a saber, estamos exprimiéndole el jugo a los segundos, con el apetito picado, por dar vuelta la página de una vez, a este episodio de nuestras vidas, y meternos en otro rollo, cualquiera que sea… pero otro…, aunque, un momento…, éste, si que es otro rollo, y estamos metidos de cabeza, sólo que creemos que nuestra posición es despreciable y eso nos atormenta; como cuando la luna llena agita las aguas y los humores de las gentes, sin saber porqué, se desperezan y desesperan, los occisos, al ver que una fiebre ha congelado a todo el mundo de los vivos.

Escenario atroz en nuestra historia, si existió alguno que no lo fuera, pensemos en la pobreza, la segregación y el ecocidio cotidianos de nuestro “mundo mundial”, donde, el confinamiento actual a calado hondo, al parecer, a más, en las mentes que los cuerpos, o por lo menos, aún se puede contemplar a algún “imbécil” andando por ahí, como si nada, pero no se consiente un alma libre a sus antojos, retoñando al ritmo de estos “días de guardar”, precisamente porque pensamos que eso es como “fumar bajo el agua”, cuando deberíamos hacerlo todo, más sencillo; por nuestro bien ,y, a pesar de todo, tal cual, siempre hicimos en el mundo que dejamos atrás, y ahora, en este rimbombante asentamiento en el nuevo milenio, de nuestra lacónica cronología cultural, toca volver a abrir los ojos.
Ya que el pulso de nuestra especie, se encuentra monitoreado por un conglomerado de códigos sistemáticos bien organizados, y su estado se puede consultar a gusto, con el terrible disgusto de que si, existe una tasa de mortandad, así se mantenga en números bajos, existe, y ese es el problema; aunque dicho fenómeno antes no haya importado tanto, cuando la fatalidad del hambre, la violencia y la marginación asolaban la vida humana, dominante en este planeta capitalista y falogocéntrico, como diría el buen Derrida, ya que la realidad siempre fue luctuosa, la vida siempre debe morir, la energía siempre debe transformarse en otra cosa, como dice una irrefutable ley de la termodinámica, en la que se escudaron siempre lo beneficiarios del estado de cosas, basado en la desigualdad imperante. Entonces ¿cuál es el rollo?, básicamente no hay nada nuevo bajo el sol, salvo claro, siempre un nuevo día, y en las últimas jornadas, ciertas resonancias de malos augurios se filtran en los rayos de luz que interceptan los medios de comunicación, pero, como dijimos, la información está ahí, bien monitoreada y está al alcance de todos, para los morbosos cálculos y cuentas que sean necesarios, y luego qué, pues nada, hay un horizonte abierto de posibilidades, presentándose como una oportunidad; por ello, ¿por qué no consentimos a la libertad de nuestros ánimos?, y dejar que florezcan los apetitos abandonados por la rígida marcha que imponía la productividad del “antes”, contrastante con la aparente improductividad del “ahora”, y no debería ser tal, porque saborear gustosamente un buen o mal libro, una pieza musical o una película, etc…, no es un desperdicio, al contrario, es un respiro de pura vida que alimenta nuestro ser, que tal vez andaba famélico, en ese mundo de la rutina solemne y los correteos enceguecidos, cuyos fundamentos, al fin podemos reevaluar, y no!, no debería ser una pérdida de tiempo, dedicarse a ver el cine boliviano en las tardes, como hace mi madre, o mi querido amigo, que encontró el tiempo para leer “Testo yonqui” del transformista Paul B. Preciado, que dice que es muy bueno, y debe serlo, como cualquier apetito que sacie el hambre de la maquina productiva que llevamos en el cerebro, cualquier cosa… para no desesperarnos tanto a la espera del “después”.