Carolina Isadorian, fantástica música y poeta, lee esta pieza con su voz exquisitamente áspera

/ Gabriel Salinas






Ningún milagro

Nunca vi un milagro. Esa burocrática presentación divina,
sólo existe en los rumores lúgubres de los pasajes de la mente.
Por eso hay tanto desquiciado que asegura ser milagroso.
Son como pájaros de mal agüero que ignoran la desgracia,
y en su vuelo azaroso, sin querer, agitan sus alas en el lugar
equivocado.

Así, un instante único, es reducido a la vulgaridad de un milagro,
cual maravilloso paisaje capturado en las ilustraciones
de un calendario donde, penosamente descolorido, luce la
indiferencia que provoca, melancólico atisbo de lo que fue.
Los milagros suplantan la belleza magnífica de cada cosa por
la espontaneidad caprichosa de su esencia; la conjunción torrencial
de tantas vertientes se elimina de un plumazo, y todo
queda milagrosamente empaquetado, en una colección de
pruebas falsas de acciones divinas.




Carolina Isadorian, fantástica música y poeta, lee esta pieza con su voz exquisitamente áspera