Crítica: Desempolvando un texto sobre el artista naif Babi Ossio

/ Gabriel Salinas


"El sonido de los ojos" de Babi Ossio


Apropiaciones del yo, análisis semiótico de “El sonido de los ojos” de Babi Ossio



Esta obra se articula alrededor de una estructura binaria que el artista pone en evidencia frente al espectador de modo deliberado. Dicho recurso llevado al plano de la percepción, pone de manifiesto la premisa fundamental de la obra, que podríamos identificar con los múltiples juegos de oposiciones construidos sucesivamente en esta representación pictórica, como si se tratara de las continuas reflexiones sonoras que producen el eco en una cavidad insondable, o como la propia luz que se refleja en los cuerpos permitiéndonos captar la diversidad de los colores, seguramente, de ahí viene la metáfora que da nombre a la obra “El sonido de los ojos”. Pero, tanto las ondas sonoras como las electromagnéticas de la luz, refieren a un movimiento continuo del mundo físico cuya percepción depende de algún órgano sensorial, sin embargo, a saber ningún órgano sensorial produce aquel fenómeno que es capaz de percibir,  entonces “El sonido de los ojos” podría ser entendido con mayor cabalidad, como aquel fenómeno dinámico y complejo que deviene en el acto de la percepción del mundo, en otras palabras, en aquello que producen verdaderamente nuestros sentidos en el campo de nuestra subjetividad.
La composición se organiza alrededor de dos juegos de oposiciones fundamentales, en primer plano aparecen dos personajes enfrentados cara a cara, sobrepuestos a una multitud que a su vez, divide el horizonte con un corte vertical conformando dos bloques, frente a estos primeros elementos que saltan a la vista, vanamente se podría argumentar un tipo de contradicción entre dos mundos ya que los personajes principales se encuentran representados con las características pictóricas que identifican a la multitud contraria. A la derecha vemos un conjunto homogéneo de rostros de aspecto realista plasmados en una paleta de colores fríos compuesta por grises y verdes saturados, en cambio en el bloque izquierdo vemos una multitud heterogénea de seres fantásticos plasmados en colores cálidos y luminosos. En estas circunstancias emergen los juegos de oposiciones, por un lado, entre el personaje individual y el personaje colectivo que se configura en la identidad de cada bloque de multitudes, y por otro, en la evidente contraposición entre las identidades expuestas tanto en los personajes individuales como colectivos. De este modo vemos que los términos hasta ahora expuestos en la obra, que podríamos denominar <identidad> <individualidad> y <colectividad>, se ven confrontados en todas direcciones, planteando acaso una sucesión dialéctica de negación de la negación, que nos dirige a pensar en la obra como la representación de un proceso tal como el movimiento implícito a las ondas sonoras o electromagnéticas de la luz que referimos a un principio, pero ahora este movimiento ya no se desprende únicamente de las percepción de los fenómenos físicos, si no que involucra en primer orden, el movimiento continuo de la propia percepción de la realidad en la que confluyen fenómenos físicos/culturales y sociales/individuales que conforman el binomio básico del que parte toda percepción de la realidad, la indisoluble relación sujeto/objeto.
Con la definición de estos elementos, cabe interrogarnos por ¿qué sucede en esta “espiral” representada por el artista? para ello volvemos unos pasos sobre la contradicción dialéctica que hemos discernido ya, para revisar nuevamente las contradicciones binarias o lógicas que encontramos en el primer tramo de nuestro análisis. Nos concentramos en dos juegos de oposiciones en especifico, al nivel de los bloques de multitudes, la contraposición entre homogeneidad y diversidad; y al nivel de los personajes individuales, encontrarnos uno de los detalles más sutiles y exquisitos para construcción del sentido de la obra, uno de los personajes corresponde al autorretrato del artista, lo que permite pensar que la relación antitética que se esgrime entre las dos figuras individuales, es la relación del yo con el otro.
Para Lacan la relación del sujeto (yo) con el otro, se encuentra mediada por el deseo del sujeto, fundamentalmente para Lacan, el sujeto es, el sujeto del deseo, y toda aproximación al otro, se encuentra impulsada por el afán nunca satisfecho del sujeto, por buscar su completitud, es decir, encontrar aquello que de modo esencial siente que carece. De hecho, este estimulo originado en el deseo, da lugar al proceso dialectico de la propia conformación del yo, así, en términos más radicales, para Lacan no existe el yo sin la identificación con el otro, o mejor dicho, sin reflejarse en el otro.
Es bajo este enfoque que se hace palpable la complejidad y profundidad que acontece en la contraposición de los personajes centrales de “El sonido de los ojos”, mientras que la imagen del yo (el autorretrato) luce un cuerpo desnudo e inmaculado plasmado en una estética realista fundada en la proporción del cuerpo y la proporcionalidad del volumen en el tratamiento del color; el segundo personaje en cambio, luce una representación desfasada de la figura humana creando un efecto grotesco (casi caricaturesco), pero notablemente, es este cuerpo el que carga con simbologías de toda índole que señalan tras de sí, la experiencia de la vida cotidiana en la que todos coexistimos, empezando por la vestimenta pudorosa que cubre la desnudez, pasando por las símbolos religiosas y nacionales, hasta llegar a las diversas cicatrices del cuerpo o la dinamita en mano (elemento indisociable de la protesta social boliviana); es como si se tratara de una visión que extracta en la figura del otro, la diversidad y contradicción de elementos que componen la percepción de la realidad social, con todos sus matices políticos y culturales, como si se articulara una simbiosis que no puede alcanzar la belleza como simple sumatoria de las cosas, y que por el contrario se alza frente al yo, como un temible monstruo, sin embargo, no se percibe temor alguno en la expresión del yo (el autorretrato), sino todo lo contrario, el yo resguarda su belleza en el sencillo gesto de apuntar con el dedo, de señalar algo en el horizonte, y, de elegir.
Siguiendo con Lacan, para quien la pulsión sexual es prelinguistica, podríamos notar que el falo del autoretrato, es el único detalle que le caracteriza, que muestra un yo definido, ya que es un falo/lápiz, entonces vemos la identificación primigenia con el artisita, acaso como resguardo fundamental para construir las siguientes elecciones… En ese sentido, si hay algo que alegoriza esta obra, es la acción, el efecto del movimiento impulsado por el deseo en los términos lacanianos, o dicho en un lenguaje dialectico, el constante desarrollo producido por la unidad de los contrarios que se hace presente en la relación con la otredad, los juegos del yo, y el no yo; en resumen, podría decirse que estamos frente a la experiencia de la realidad que evoca el arte de modo irrenunciable, y que reta a todo espectador a escuchar, sino percibir, la experiencia de la obra, y constatar si en verdad existe “El sonido de los ojos”.