Crónica: Del rencuentro con el silencio III, la fiesta pre apocalíptica Gabriel Salinas feat. Marcel Soux
/ Gabriel Salinas
Captura de pantalla de la Session Electrónica
Un dj impresionante, Marcel Soux, me invita a una sesión
virtual en un salón informático de reuniones video transmitidas, y simplemente
me sumerjo en el clic amplificado que resuena desde mi mouse, entonces una boca
se dibuja en un fluido cromo brillante, que flota exento de gravedad, frente mío,
la boca se abre y aspira, se abre y aspira, se abre y aspira, un palpito encendido en luces de neón
trepa las piernas, la voz de un ángel tornea el aire en formas translucidas,
triangulares y excéntricas, poco a poco cada una de ellas giran atraídas por el
núcleo que es la boca, y siento que estoy siendo abducido, absorbido, absorto,
abstracto, nadando alrededor de un arco sin agua, teñido de azul, el humo enciende
la mecha, una y otra vez, el pudor brota verde, como un delicado trébol de
cuatro hojas que se abre frente a cada uno de tus ojos, te inspiras unos
versos, te relajas, te afectas, te mueves y un volcán erupciona entre dos
piernas y sigo así… los beats lo permiten, con esa sensación gutural que dan
los buenos bajos, como si tu garganta
recibiera un golpe y se abriera ligeramente, y te preguntas… ¿qué estoy
haciendo?, no respondes, te dejas llevar…, de los pensamientos emanan ondas sinestesicas
desde la cabeza, pero vuelves a sentir ese vacío, sabes cómo llenarlo,
llevarlo, allanarlo. Esta nave en desinfección, que recorre la galaxia golosamente
se apresta a un costado extraño de su curso eterno, su faz se tiñe rojo sangre,
que en nuestros sistemas simbólicos más elementales significa alerta, esta es
la fiesta del pre apocalipsis, se siente bien, llevamos bien también, pero la
aguja está ahí, en un micro escarnio, penetrando la masa blanda de nuestro
cerebro, lentamente, en un pellizco metálico que por unas micras de segundo se
convierte en un tajo del tamaño de una cabeza, escarnio mayor y grotesco, que
estalla en el tiempo de síncopas efímeras e inesperadas, de algún modo
aleatoriamente latentes, hay rumores de que algo parecido al fin, viene en una
poderosa ola inconmensurable y furiosa, otros dicen que no, que el padecimiento
se extenderá en un invierno cruel, o mejor aún, que hay esperanza y se puede
pelear por nuestro destino, yo no veo por qué, no se pueden venir todos estos
escenarios en uno y así será. Mientras tanto las compras de reservas apremian,
los esfuerzos irritan y el sin sabor que deja el burocrático aparato del
estado, condenado a su forma miserable de morir, ya que no pudo ser moldeado
por el desarrollo de las fuerzas productivas, se encuentra en una posición de impotencia
monumental, para moverse al paso de las políticas de salud, economía y
gobierno, que representen una solución a los problemas más urgentes que plantea
la crisis actual, tan sólo una aparente banalidad, puede colmar el vaso. Yo
pijcheo de forma rutinaria y cotidiana, y me propicio de diversos gustos, cuyas
existencias se están esfumando a cada día que pasa, así hayan sido repuestas
varias veces, lo finito es el rigor de la supervivencia, paradoja que se presenta
como gas espuma color ceniza, que se alza como una torre escueta hasta
extinguirse, desde el centro mismo de nuestros aposentos, como un espejismo de
la carencia total, el peor destino, contar sólo con una flor que se marchita
inmediatamente como un cuerpo de polvo áspero y corrosivo. Esta es la fiesta
del fin del mundo, los artistas aún intentan despertar emociones a varios
niveles, entre los que les que aun rondan cerca, las madres cuidan angustias y
bailan resistiré, los niños balbucean imágenes de papeles coloridos con
estampados ansiosos, los padres sienten con temor el amor, los perros guardan
la calma, el destino les es indiferente, unos huesos quedaran, en alguna parte,
la luz es enceguecedora porque involucra todas las vibraciones posibles de la
materia, y satura la vista hasta introducirnos en un universo completamente
apagado, que luego vuelve a encenderse a todo lo que da, en un ciclo persistente,
que condiciona nuestra percepción del movimiento, a una seríe de pausas
intermitentes, como si la realidad marchara al ritmo cursi de un stop motion, y
nosotros nos desplazáramos en fragmentos entrecortados de nosotros mismos,
hasta alcanzar a apagar el celular, luego la noche eterna se abre en el cielo
profundo de tus pupilas y el mundo insolente huele a cinismo, y tus manos se
buscan en tu seno.
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