Curaduría: Miradas que se pierden en el abismo



/ Gabriel Salinas

El vacío es también, un desierto de luz, desolado yermo en que nos extraviamos a veces, como visitantes íntimos de esas breves, pero cotidianas, dimensiones de la nada, donde el pánico acecha sigiloso, con su amenazante expresión de pesadilla, que por un instante prístino soñamos despiertos, sea con los ojos abiertos o cerrados, no importa. 


Heredero evidente de la pintura neofigurativa del siglo XX, la obra de Auza revitaliza esa tradición, con un aspecto exquisitamente sutil pero formidable, la captura del instante preciso; de las miradas retratadas, donde destellan, como cristales anochecidos, esos precisos momentos, en que todos nos enfrentamos, a nuestra propia conciencia de la nada, cual miserable abismo, que desintegra al ser, convirtiéndolo en un ente espectral y derruido en la muerte metafísica, tal como se plasman las pinceladas desgarradoras de Auza, sobre sus modelos, donde combina una cuidada técnica neorrealista, con una visceral manejo de la brocha, representado la resistencia del ser en la asunción de su devenir. 


Y captar sensiblemente este fenómeno existencial, del presente del ser en su agonía, hace del trabajo de Auza, algo irrepetible, algo humano, algo que se erige para diferenciarse en su alcance representativo, como dijo J. Derrida: “Nunca se puede exponer más que lo que en un momento determinado puede hacerse presente, manifiesto, lo que se puede mostrar, presentarse como algo presente, un ente‐presente en su verdad, la verdad de un presente o la presencia del presente”