Ensayo: Por un aire indio

/ Gabriel Salinas
Eduardo Caba, el nacimiento del nacionalismo compositivo


Los sonidos hacen a la música, pero no siempre son música, de hecho, el sonido por sí mismo es ajeno a la música, aunque las conmovedoras representaciones que proponen las artes musicales solo se realizan en el fenómeno auditivo, entonces, las teorías musicales, los sistemas de notación, y los otros metalenguajes expresivos, confluyen todos ellos, en la forma sensible del sonido, ahí el arte musical aparece frente a nuestros sentidos en su máximo esplendor, abierto a las intuiciones de nuestra conciencia, despertando nuestra imaginación al mundo de la obra, en ese juego doble de lo que ofrecen las sensaciones, y los sentidos que les atribuimos.

No cualquier sonido produce música, ni cualquier música simplemente suena, la música son los sonidos organizados por una conciencia creadora, es decir, por una subjetividad que actúa desde un horizonte histórico y cultural. La música entonces, parece estrechar un puente entre la experiencia subjetiva del fenómeno natural (físico) de la acústica, y la experiencia social (objetiva, externa, cultural) de realizar un lenguaje de los sonidos. Nietzsche reparo en esta cuestión con gran lucidez, señalando la música como un lenguaje ensimismado en la voz del sujeto-creador, a diferencia del lenguaje mimético del artista apolíneo que alude en su obra, directamente a la apariencia sensible del mundo, en cambio la música (de carácter dionisiaco) crea su propio universo sensible con sus recursos, y habla directamente a través de las emociones con las que se identifican sus oyentes (el “otro” para Lacan), formando una comunidad, creándola y recreándola. He ahí el carácter maravilloso de la música, su mediación fascinante entre lo abstracto y lo concreto, que como lenguaje, se refiere a sí misma en el plano de sus significantes sensibles, los sonidos, pero que en su forma de organizarse, en su sintaxis, abren una sensibilidad mayor, que nos remite a la profunda experiencia de estar vivos en un mundo sensiblemente humano, con el que todos nos podemos identificar.
Ahí encontramos el valor de cada música en particular, en la forma como se organizan los sonidos, que es a la vez la forma particular, en la que nos hablan como un lenguaje estéticamente sensible. Precisamente en sus Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein escribió "Imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida" para poner relevancia sobre la relación inextricable entre pensamiento, lenguaje, y cultura, un principio que aplicado a la música -entendida como un lenguaje construido en sus propios términos por una subjetividad creadora, no es sino la presentación sensible de un mundo social, cultural e histórico, en la representación personal y estética de su creador, aquello que E. Said define como las transgresiones de la música[i]

Creemos que esta es la mejor forma de abordar  desde las palabras, el valor de la música de un gran compositor boliviano, como fue Eduardo Caba, en ese propósito, queremos formular una perspectiva de análisis para abordar su trabajo desde la mirada de los estudios culturales.

Dentro de la tradición musical boliviana reciente, A. Villalpando escribió en alguna ocasión sobre las relaciones del contexto boliviano y la creación musical, este breve ensayo titulaba “Entorno al carácter de la música en Bolivia”, y plantea una idea semejante a la que hemos propuesto en los párrafos anteriores, pero desde la perspectiva de una música boliviana ya dada, cuyas construcciones expresivas se pretenden entender en la referencia al contexto de donde emergen. Este trabajo de Villalpando en la literatura sobre música boliviana, es ciertamente valioso porque desde su perspectiva vanguardista, busca rastrear los elementos comunes a la música andina que puedan ser señalados como una constante, así el autor reafirmara su tesis de que “La geografía suena”, y a partir de esta constatación, buscara construir un lenguaje musical, para evocar “los estados interiores que la geografía propone y que son los que nos identifican a los bolivianos”[ii]. Esta noción, rica en connotaciones que refieren a las búsquedas de identidad cuyas trayectorias atraviesan la música boliviana, incluso aun en nuestros días, nos hace palpable nuevamente aquella sensibilidad propia de la música en el concepto nietzscheano, esa ida y vuelta que recorre el mundo y sus formas de vida, para concluir en el mundo sonoro de la obra; pero aun mas, nos convoca a poner atención sobre este movimiento, este ir y venir sobre el contexto cultural e histórico en busca de identificaciones, como clave para la creación de una música propiamente boliviana a principios del siglo XX.

Es decir, allá donde existía música, pero no había aun una identidad boliviana, donde todo recién empezaba a construirse en el nuevo y caótico horizonte de la vida republicana, ese movimiento de apropiación del entorno fue la génesis de la música de este país, ahí un sentido de identidad se convierte en lenguaje musical, en tanto propone una representación colectiva de exploración y apropiación estética, y en esa dimensión es que el trabajo de Eduardo Caba, adquiere una de sus grandes distinciones.

Nos referimos, a un proceso que si bien no ha concluido -porque el sentido de un principio de identidad es por sí mismo dinámico, a principios del siglo XX asume un rol fundamental en las construcciones estéticas locales; y no se trata de un fenómeno boliviano, sino mas bien continental, que atañe a las primeros discursos estéticos de una política cultural latinoamericana, si en México las figuras de Silvestre Revueltas y Carlos Chávez se alzaban en el horizonte, así como en Brasil Heitor Villa-Lobos, en Bolivia emergían también Simeón Roncal y Eduardo Caba, en aquel movimiento musical heterogéneo que muchas veces se ha identificado con el surgimiento del nacionalismo latinoamericano, quizás como analogía del nacionalismo que reacciona al wagnerianismo dominante en la música occidental, pero que realmente debe interpretarse como un fenómeno cultural  que de ningún modo conoce un molde previo en la experiencia de occidente, sino mas bien, como un proceso de interpelación e innovación frente a un orden colonial dominante, y por esta razón, como un gesto estético y político de un incipiente discurso postcolonial, cuando menos, en la medida que estas nuevas propuestas estético-musicales, enarbolaban reivindicaciones sociales avanzadas que no solo cuestionaban una agenda política colonial de cara a Europa, sino también dentro de los nuevos estados latinoamericanos, acaso disputando espacios de representación para las naciones indígenas, mediante la incorporación de otras visiones estéticas en el arte musical.

El tránsito de por ejemplo las refinadas mazurcas de Modesta Sanjines a la Kollavina de Caba, representa una apertura estética plena, que se reafirma en la búsqueda de una identidad musical nutrida por referencias al contexto social más amplio de la nueva republica, y que habla del paso de una estabilidad formal de la música occidental, a la singularidad creativa de la nueva música boliviana. En este paso, se platea una ruptura entre la reafirmación de la tradición dominante y su innovación reflexiva, porque de todos modos, ambas composiciones musicales parten del lenguaje básico del sistema tonal occidental, no obstante, el trabajo de Caba incorpora sonoridades andinas de la música quechua y aymara del espacio rural boliviano, en cuyo caso, se podría insinuar un tipo de asimilación de lo andino en la estética occidental, pero esto pasaría por alto el sentido político de la innovación de Caba en el contexto histórico boliviano, donde precisamente se debate el lugar de las culturas indígenas-rurales en la conformación del nuevo estado-nación, una figura política  de corte moderno y occidental que se impuso en el proceso revolucionario desde los sectores criollos-blancos, terratenientes y urbanos de la antiguo régimen colonial. Lo boliviano entonces, de ningún modo esta por fuera de lo occidental, pero se experimenta políticamente desde la subalternidad, y el valor del trabajo de Caba es expresar esa experiencia, tomar partido, visibilizar lo que se pretende negar en la situación real de cuestionar un orden dominante occidental.

En esa dimensión se destaca el aporte de Caba, en su particularización del arte musical boliviano, que nos permite diferenciarlo del propio Roncal que vuelve sobre formas musicales locales, pero sin construir un discurso estético que se reafirme en la diferencia, como lo hacen por ejemplo los “Aires Indios” del maestro potosino, que a diferencia de las cuecas y los bailecitos, se aferran claramente a una sonoridad pentatónica, mucho más próxima con la música rural, en circunstancias en las que se vive un debate político respecto a la cultura boliviana, donde se construyen dicotomías entrelazadas en dos polos que se agrupan entre lo blanco y lo indígena, lo moderno y lo vernáculo, lo urbano y lo rural. En ese contexto, las cuecas y bailecitos representan una apropiación hibrida, casi espontáneamente suscitada por el consumo cultural urbano/blanco/moderno, que sin desmerecer su valor y aporte, no parecen tomar partido del mismo modo que la propuesta estética de Caba, que además será legitimada por el autor en los escenarios centrales de la cultura oficial, ya que no debemos olvidar que Caba trabajara intensamente la mayor parte de su vida entre Europa y la metrópolis bonaerense, lo que implica una legitimación de las representaciones indígenas asociadas a lo boliviano. Recordemos que Jacques Ranciere, define lo político del arte en “la configuración de un espacio específico, la circunscripción de una esfera particular de experiencia, de objetos planteados como comunes y que responden a una decisión común, de sujetos considerados capaces de designar a esos objetos y de argumentar sobre ellos”(p.34)[iii].

Para concluir, volvemos sobre el trabajo de la etnomusicóloga Anna Gruszczyńska-Ziółkowska, que aborda el concepto de “Taki” como un vestigio andino de la concepción precolombina de forma musical, en su investigación “El poder del sonido”, rastrea esta noción en las diversas crónicas y relaciones que han llegado hasta nuestros días, analizando las referencias a la música antes de la conquista española, pero además, mediante un estudio etnográfico realizado en el presente, nos permite descubrir la vigencia de la lógica musical que encierra el “Taki” en las comunidades andinas actuales. El “Taki” es pues “un modelo melódico- rítmico, que desempeña la función de un signo simbólico en la transmisión social de la información”(p.21)[iv], y la autora lo identifica con la caracterización castellana de los cronistas con el “Tono”. Nos interesa este aspecto vivo de la tradición musical andina, porque queremos llamar la atención sobre las posibles dimensiones semánticas de la serie “Aires Indios”, en tanto “Aire” o “Tono”, e incluso “Aria” en italiano, refieren en música, a una melodía. Mostrándonos que la emblemática serie “Aires Indios” de Caba, así como toda su música, parece proponer una recuperación de la música indígena, en un sentido más profundo de lo que es evidente.




[i] Said, E. (2007)”Elaboraciones musicales”, Editorial Debate: España
[ii] Entrevista de Rubén Vargas citada en: Rosso, C. y Wietuchter, B. (2005) “La geografía Suena”. Plural Editores: La Paz
[iii]  Ranciere, J. (2011) “El mal estar en la estetica”. Capital Intelectual: Buenos Aires
[iv] Gruszczyńska-Ziółkowska, A. (1995)”El poder del sonido”. Ediciones Abya-Yala: Ecuador