https://open.spotify.com/album/7IbfMkKFDvh7mkdYMWmCXm?si=RBCOKx20ShuIqntnmQKAUQ
/ Gabriel Salinas
Finamente chirriante, como el
reflejo de unos elegantes zapatos de charol espejados y misteriosos, a una afinación de tonalidades muy The Rite of
Strings de Jean-Luc Ponty pasando por un Vida, pasión y muerte de Juan Cutipa
de nuestro Alfredo Domínguez, para aterrizar en el oscilante arco de violín,
sostenido por las manos maestras de Gustavo Orihuela; el “Gus” acá entre los cuates de Sucre, pero en los escenarios de
Bolivia y el mundo, “él” violinista “endemoniado”, como ahora, cuando nos toca la
temática “Huayño y canción”; entre carraspeos pentatónicos y desorbitantes
extensiones modales de contornos tersos milesdevilsianos, inauguran un nuevo
espacio, sin dudarlo un instante, en la sonoridad de este país andino-amazónico,
cuya compleja textura, vibrante en ondas sonoras, muchas veces resulta difícil de
palpar, o figurarse en la mente…, no, no es el caso de un Bela Bartok, por ejemplo,
cuya gelidez, rigurosidad y desesperanza propias de su pálida, despeñada,
virtuosa, pero fantástica Hungría, son evidentes en su inspiración artística, pero
no, no es nuestro caso, la tesitura boliviana ha llegado a sublimarse en la
forma diáfana de las tersas melodías que nacen de la mano de Orihuela, de un
modo aún temprano, quizás como se pensó que sería un Chaos A. D. de la brasilera
Sepultura, que logra captar en lo universal en un estigma irrenunciable, en
medio de los lenguajes de las culturas transnacionales que se esparcen en todos
los rincones del mundo, a la forma de un lenguaje universal que es la única
música, desde siempre.
Y es que que “Gypsy York”, otro
tema del último álbum de Gus, “Terra”, es una celebración al cosmopolitismo desenfrenado,
semejante acaso a la obra de Xavier Valverde, otro chuqui que viaja por el
mundo entre brisas dóricas, lidias o mixolidias, que va…, de un modo
introspectivo, pero este caso es diferente, lo extrovertido de las pulsaciones interculturales
que marcan el beat de la música referida, plasman la silueta de la metrópolis
más emblemática del planeta, con ese aire zíngaro, que a veces parecen evocar
los vertiginosos violines presentes en “Karma” de Alicia Keys, en su versión
unplugged, cuyos agudos frotamientos celebran ese aire de la ciudad que nunca
duerme, como lo hace Orihuela, a modo de frenéticos alaridos de cuerda, acaso si
fuera un fénix ardiente cuyo pico es el extremo del arco, y sus arremetidas que
cortan a fuerza dionisíaca el aire, delinearan volar por los más altos estratos,
de nuestro cielo terrestre, librado de fronteras.
Pero ese cosmopolitismo exuberante siempre
se ciñe a nuestras latitudes, como sucede llanamente llameante en la cuequita “La vida es linda”, en la que las estructuras
tonales de la forma musical dejan poco al discurrir libertino del improvisador
modal, por lo que Orihuela se concentra en enriquecer la pieza, con las texturas
crispadas que se antojan al juego con el arco del violín, para generar diversos
efectos, como lo hiciera el mismo Stéphane Grappelli, en un clásico “Minor
Swing” con el Quintette du Hot Club de France, dirigido por el legendario Django
Reinhardt, músicos que de algún modo son los mayores exponentes en abrir
espacios sonoros en la cultura nacional francesa impregnada de la estirpe
gitana, hasta hacer florecer el Gipsy Jazz, del que Orihuela es acaso el
benjamín boliviano, siempre con ese sentido de ciudadano del mundo (Diógenes) que es capaz de picar a su modo inalienable, las filigranas de acero que tensa
el cuerpo del instrumento de Guarneri del Gesu, allá en las lejanas tierras de
la Lira Bizantina; aspectos que reconfirman perfil multicultural amontonado
sobre las tensas cuerdas del humilde violín calé, que el Gus recibe desde esa
vertiente generosa de la cultura humana, para tocarnos una “Aromeñita”, como
nunca se oyó, evidentemente salpicada de los pulsos propios a una morenada,
pero dúctilmente universalizados con un solo de piano a lo “Mr. Hands”.
Muy diferente a la armónicamente interrogativa
“Feria de El Alto”, cuya textura musical es picante desde las percusiones y lacónica desde
el tema presentado por el violín inicialmente, hasta que estalla en un fulgurante
sintetizador, con líneas melódicas ensortijadas que hacen pensar en los
rutilantes decorados de los monumentales cholets alteños, a las que Gus se acompasa con el efecto de un sul ponticello, para rematar esa
sensación exaltada, picaresca y a veces desconsolada en su fortaleza, que tiene
nuestra cota urbe, entrañablemente boliviana.
Nada más que decir, porque ya lo dice
todo, el Gus, en sus discos y presentaciones donde se le puede ver entregarlo
todo, junto a su potente cuarteto formado por Luis Daniel Iturralde en la
batería, Diego Ballón en el piano y teclados, y Randolph Ríos en el contrabajo.
Sólo queda escucharlos acá: https://open.spotify.com/album/7IbfMkKFDvh7mkdYMWmCXm?si=RBCOKx20ShuIqntnmQKAUQ