Reseña: La luz herida, sobre el poemario "La poesía es una morada absurda" de Gabriel Salinas

/ Vadik Barrón /


Acuarela de María Sandoval que ilustra la tapa del poemario





Existen poéticas que se fundan en la experiencia, en el testimonio de la vitalidad. Poéticas que acuden a los grandes tópicos de la naturaleza, de los astros, de los primeros dioses, de una mitología que a su vez se renueva y recrea a lo largo de la historia de la poesía al menos la más conocida por nosotros, la occidental. Podría decirse, salvando la obviedad, qué hay tantas poéticas como autores. Pero entre todas ellas podemos distinguir una poética que entrama su tejido en la filosofía, es decir, en la propia conciencia y pensamiento que entraña el conflicto, acaso natural, entre el ser, el sujeto poético, la voz que enuncia, y el mundo, y el ansia de elucidación de ese arcano, acaso tormento, que importan el análisis, la descripción, el cuestionamiento de lo que llamamos realidad.

Quizás por esa inquietud, humana, arcana, ancestral, que mueve toda búsqueda estética, la poesía de Gabriel Salinas se centra en la locura, en la oscuridad, en la noche, en las profundidades tramposas del raciocinio en la imposibilidad fatal de asir la verdad, el porqué, la esencia última, el alma de las cosas. Tal vez también por eso, asume lo absurdo de la poesía, un recinto al parecer de reminiscencias infernales como la imagen que ilustra la tapa.

Se sabe que en los caminos y laberintos de la construcción del conocimiento humano se han buscado sendas y métodos distintos y que, a la larga, se ha establecido un dudoso binarismo, arte versus ciencia; raciocinio versus sensibilidad. Si hay un territorio donde esas fronteras e intenciones se diluyen, es la poesía.

Puede pensarse, en efecto, que un poemario que en su título afirma que la poesía es una morada absurda envuelve una paradoja. Pero precisamente si pensamos en la poesía en tanto morada, recinto, hogar, casa, el título, y los poemas del libro de Gabriel Salinas, no deslegitiman la poesía desde una eventual funcionalidad (que podría ser la poesía como un espacio inerme, caduco, abandonado, inalterable) sino que cuestionan su entidad desde una suerte de desazón, de angustia existencial, de confrontación de la muerte desde la palabra.

En el proceso de edición de este libro era evidente, por la faceta de ensayista del autor, la necesidad de construir oraciones, de hilvanar conceptos antes que la de irradiar versos. Pero un trabajo consciente y dedicado ha llevado la obra hasta la versión que hoy entregamos. Este poemario abunda en paisajes sombríos, en interjecciones e hipérboles propios del lenguaje lírico, en sensaciones de asfixia y claustrofobia, en descreimientos de ilusiones y esperanzas. Es un libro oscuro pero sensible, desencantado pero no superficial. De hecho, lo que más subrayo de esta obra es su hondura, y las preocupaciones de Gabriel Salinas pueden sondearse hasta el principio mismo de los tiempos, hasta la primera noche que parió la luz herida que ilumina por igual el mundo de las gentes y el mundo de las palabras.


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